martes, 9 de septiembre de 2008

Pensamos lo que padecemos.




CUANTO DUELE EL DOLOR FÍSICO.
Apenas eran las tres y cincuenta y seis de la madrugada, el brote de Crohn resurgía de nuevo.
Había cometido el grave error de sorber un poco de agua antes de acostarme, el liquido fluía insolente por las paredes inflamadas del intestino y como un émbolo de vapor oprimía y apretaba con esfuerzo en su estrangular a los mensajeros del dolor.
Aquello era un tren de aflicción que circulaba por el abdomen arrollando todo su interior.
El primer grado de sufrimiento era un apretar que embutía a las vísceras quejosas con ritmo de subida a la cumbre en su intensidad y descanso en el descendimiento, momento en que yo aprovechaba para respirar hondo adquirir ánimo y prepararme para la siguiente acometida.
Esta se presentaba desgranando los puntos de dolor en el sensorio, señalando con clavazones las pequeñas porciones del pesar metálico, en múltiples lugares para reunirse en un grande apretar doliente; de nuevo el descanso y aquí sin dominio mío personal se me escapaba un quejido por la boca que atenuaba el pánico.
Porque las garras de los carroñeros viscerales labraban lacerando con sus uñas el vientre y los procesos de aminoramiento se resolvían en hincadas de cuchillos.
A partir de ahí el cuerpo llora y grita para aliviarse.
Sin embargo el pensamiento se acelera y maquina su introspección con burbujas de verdades nunca autorrelatadas.
Siento que vivo en una fantasía negativa de la realidad, estoy instalado en lo escabroso, muchas cosas me mienten, gran parte de lo que me rodea me advierte de su fealdad y muy pocas personas ni yo mismo, me tratan con bondad, y no obstante vivo en una supuesta armonía cósmica porque carezco de padecimiento físico o espiritual.
Niego mis percepciones y sensaciones de lo aborrecible que me rodea y esto se me acumula como dolor inconsciente que viene a estallar de improviso en momentos inesperados y yo no se como enfrentarme a ello.
Si conociese el mundo abominable podría evitar algunos sufrimientos y conducir los dolores míos hacia lo prudente productivo que beneficie a la creación del universo.






PENSAMOS LO QUE PADECEMOS.


VIAJE A ÍTACA.
Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes proponerte largura en el trayecto,
debes solicitar
que pleno de peripecias, estalle la singladura en experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni siquiera a la cólera del airado Poseidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta,
si tu pensamiento es elevado,
si una exquisita emoción se incrusta en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones, los cíclopes y el feroz Poseidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu hálito animoso no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente, a puertos que tú antes ignorabas.
Ojalá puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
comprar bellas mercaderías: madreperlas, coral, ébano, ámbar,
y perfumes aromosos, los placientes de las mil y una clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto para aprender, de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino; mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca: Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin tu recuerdo de las otras ciudades del maternal mar,
jamás habrías partido; puesto que la pequeña isla apenas tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia, sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.
Konstantínos Kaváfis.


Cualquiera que desee internarse en el entendimiento del mundo del dolor, debe atender un viaje complicado que aporta vejez y sabiduría.
Debe sufrir los oscuros remotos recuerdos de los lamentos del alma, debe padecer la ansiedad y el miedo.
No obstante le esperan los manseados puertos marinos del conocer resolutivo, esas marinas aguas que calman la inquietud.
Cuando se habla con los ciudadanos de la orilla del dolor, los enigmas se aclaran.
Cuando los acantilados se dibujan en la puesta de sol, entonces se prevén los dilemas del sufrimiento.
Cuando se escuchan los susurros de las altas pirámides, entonces se toman los nobles decisiones que superan las propias angustias.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sus dos blogs son el reflejo de un victimismo patético y de una mente enferma encerrada en un laberinto de cobardía: es usted un mediocre y un gilipollas.

Le recomiendo que reviente de una vez para acabar con sus sufrimientos, y deje de hacer perder el tiempo a los que, por desgraciada casualidad, caemos en su blog (pues estoy seguro de que nadie lo visita voluntariamente desde hace mucho, mucho tiempo, ¿verdad?). No le interesa usted a nadie; ¿ve cómo es mejor que se muera?