lunes, 15 de septiembre de 2008

La presentación impetuosa del dolor.


JOB Y LA NO CULPABILIDAD DEL DOLOR.
En la región de Usa había un hombre llamado Job, era un fiel servidor del Señor, tenía siete hijos y tres hijas. Era el hombre más rico de todo el oriente. Los hijos de Job acostumbraban a celebrar festejos en sus casas, por turno, y siempre invitaban a sus tres hermanas. Terminados los días del banquete, Job llamaba a sus hijos, y levantándose de mañana ofrecía holocaustos por cada uno de ellos, para purificarlos de sus posibles errores.
Un día en que debían presentarse ante el Señor sus servidores celestiales, se presentó también el mensajero del odio entre ellos.
El Gran Dueño le preguntó – ¿De dónde vienes?-.
El vengativo respondió – Anduve recorriendo la tierra de un lado a otro-. Seguidamente le indicó el Eterno – ¿Te has fijado en mi siervo Job? No hay nadie en la tierra ,que me sirva tan fielmente y viva una vida limpia, cuidando de no hacer mal a nadie-.
El iracundo contestó – No te es fiel de forma gratuita. Tú no dejas que nadie le toque, ni a él ni a su familia ni a sus posesiones; bendices todo lo que hace y es el hombre más rico de todo el país. Sin embargo quítale lo que posee y verás cómo te maldice en la cara -.
El Magnífico replicó al atormentador – Haz lo que quieras con todas las cosas de Job, pero a él no le hagas ningún daño-.
El vulnerador se retiró de la presencia del Señor para actuar.
Un día, un hombre llegó a casa de Job y le dio esta noticia: – Mientras arábamos el campo llegaron de repente los Sabeos, robaron el ganado y pasaron a cuchillo a los hombres. Tan solo yo pude escapar para venir a avisarte-. No había terminado de hablar este hombre, cuando llegó otro y dijo – Cayó el eléctrico rayo que mató a los pastores y las ovejas. Tan solo yo pude escapar para venir a avisarte-. Llegó un tercero y dijo – Tus hijos y tus hijas disfrutaban en una fiesta, cuando sobrevino la tormenta del desierto que sacudió la casa, derribándola. Todos tus hijos murieron. Tan solo yo pude escapar para venir a avisarte-.
Entonces Job se levantó, y lleno de dolor se rasgó la ropa, se rapó la cabeza, se inclinó en actitud de adoración. Para decir. – Desnudo vine a este mundo y desnudo saldré de él. El Señor me lo dio todo, y el Señor me lo quitó; ¡bendito sea el nombre del Señor!-
A pesar de todo, Job no pecó ni dijo nada malo contra el Eterno.
Cuando llegó el día en que debían presentarse ante el Señor sus servidores celestiales, se presentó también el ángel infamante entre ellos. El Señor le preguntó: – ¿De dónde vienes?-. Y el inquisidor contestó – He recorrido la tierra por todas partes-. El Divino le dijo –¿ Te has fijado en mi siervo Job? No hay nadie en la tierra que me sirva como él, además él cuida de no hacer mal a nadie. Y aunque tú me hiciste arruinarle sin motivo, él se mantiene firme en su conducta recta-.
Pero el envidiante contestó al Celestial – Tócale en su propia persona y verás cómo te maldice en la cara-.
El Bondadoso entre los buenos respondió al acusador – Haz con él lo que quieras, con tal que respetes su vida-. El maligno se alejó de la presencia Sagrada y envió sobre Job una terrible enfermedad de la piel, que le cubrió de pies a cabeza.
Entonces él fue a sentarse junto a un montón de basura y cogió un trozo de olla rota, para rascarse. Su mujer le dijo entonces – ¿Todavía te empeñas en seguir siendo bueno? ¡Maldice al Creador y muérete!-. Job respondió: – ¡Mujer, no digas tonterías! Si aceptamos los bienes que Nuestro Señor nos envía, ¿por qué no vamos a aceptar también los males?-.
Así pues, a pesar de todo, Job no pecó ni siquiera de palabra.
Job tenía tres amigos: Elifaz, de la región de Temán; Bildad, de la región de Súah, y Sofar, de la región de Naamat. Al enterarse estos de todas las desgracias que le habían sobrevenido, decidieron ir a consolarle y acompañarle en su dolor. A cierta distancia alcanzaron a verle, y como apenas podían reconocerle, empezaron a gritar y llorar, llenos de dolor se rasgaron la ropa, lanzaron polvo sobre sus cabezas. Luego se sentaron en el suelo con él, y durante siete días y siete noches estuvieron allí, sin decir una sola palabra, pues veían que el dolor de Job era muy grande.
Elifaz le dice.
-Tú, que animabas a levantarse al que caía y sostenías al que estaba a punto de caer, ¿te acobardas y pierdes el valor ahora que te toca sufrir? ¿Cómo es que no tienes plena confianza? “¿Puede el hombre ser justo ante el Eterno? Ni aun sus servidores celestiales merecen toda su confianza. Si hasta en sus ángeles encuentra El Altísimo defectos, ¡cuánto más en el hombre, que es tan débil. Feliz el hombre a quien Adonai regaña; no rechaces la reprensión del Todopoderoso-.
Entonces así habló Job.
-Si todas mis penas y desgracias pudieran pesarse en una balanza, pesarían más que la arena del mar. Por eso he hablado con pasión. El Todopoderoso ha clavado en mí sus flechas y el veneno de ellas me corre por el cuerpo. ¡Ojala El Eterno se decida por fin a aplastarme y acabar con mi vida! A pesar de la violencia del dolor, eso sería un gran consuelo para mí. Vosotros, mis amigos, me habéis fallado veis mi horrible situación, y sentís miedo. Mostradme el error que he cometido.
Nadie puede rechazar un argumento correcto, pero vosotros me habéis acusado sin razón. La vida del hombre aquí en la tierra es la de un soldado que cumple su servicio. Me acuesto, y la noche se me hace interminable; Recuerda, Mi Señor, que mi vida es como un suspiro y que nunca más tendré felicidad. ¿Qué es el hombre, que le das tanta importancia? ¿Por qué te preocupas por él? ¿Por qué lo vigilas día tras día y lo pones a prueba a cada instante? Si yerro, ¿qué perjuicio te causo, vigilante de los hombres?.-
Después de estas palabras se atrevió a decir Bildad, lo siguiente.
-¿Hasta cuándo tu voz será un viento huracanado? El Todopoderoso, nunca tuerce la justicia. Seguramente tus hijos o tus antepasados pecaron contra Él, y les dio el castigo merecido. Busca al Misericordioso, de las alturas y pídele que tenga compasión de ti.-
Así respondió Job.
-Sé bien que ante el Eterno el hombre no puede alegar inocencia. Si alguno quisiera discutir con él, de mil argumentos no podría rebatirle ni uno solo. Si el Señor pasea junto a mí, no lo podré ver; pasará y no lo advertiré. Él es mi juez, y yo tan solo le puedo pedir compasión. Soy inocente, y estoy cansado de vivir. ¡Ojala hubiera un juez entre nosotros que tuviese autoridad sobre ambos, entonces yo hablaría sin tenerle miedo, pues no creo haberle fallado. ¡Oh Eterno, no me declares culpable! ¡Dime de qué me acusas! Tú me formaste con tus propias manos, ¡y ahora me quieres destruir! si soy inocente, en poco puedo alegrarme, pues estoy humillado y afligido. Déjame ir al viaje al país de las sombras y la confusión.
En ese momento comenzó a conversar su amigo Sofar.
-Tu verborrea no nos va a callar. Dices que tu opinión es recta, y tú mismo te consideras puro. El Inmortal no te ha castigado tanto como mereces. ¿Crees que puedes penetrar en los misterios de lo Divino y llegar hasta lo más profundo de su ser?. Por querer entenderle y alcanzar su sabiduría estas sumido en este sufrimiento.-
También así responde Job.
-¡Vosotros sois la voz del pueblo, cuando muráis no quedará sabiduría! Pero yo aún alcanzo suficiente entendimiento. Mis amigos se ríen de mí. Porque el que está seguro desprecia al desdichado. Los bandidos tienen paz en sus hogares; los que ofenden a mi Señor, viven tranquilos pensando que su poder le da siempre la victoria. Sin embargo sujetos al Divino están el engañado y el mentiroso. Asi pues prefiero discutir con el Todopoderoso. Vosotros cubrís la verdad con vuestras mentiras; sois médicos que a nadie curan. ¿Qué pasará si El Señor os examina? ¿Podréis engañarle como a un hombre? ¡Callad, voy a jugarme el todo por el todo. Aunque el Altísimo extermine mis huesos, me mantendré firme, yo mi defenderé cara a cara. Quizá en eso esté mi salvación, pues si alguien tiene de qué acusarme, yo guardaré silencio y moriré. Oh Eterno, dime, ¿cuáles son mis pecados? ¿Por qué te escondes de mí? Si tú eres quien determina cuánto ha de vivir el hombre, aparta de él tus ojos agresivos y déjalo en paz¡ Si un hombre muere, ¿volverá a vivir? Si así fuera entonces yo esperaría todo el tiempo que durase mi sufrimiento. Tú me llamarías y yo te respondería; me mirarías con afecto, pues eres mi creador, desviarías mis faltas hacia el olvido y me limpiarías de mis delitos.
Tanaj, Sofer de Job.
ENFRENTARSE Y RESISTIR AL DOLOR.
Los individuos de la especie humana cuando se frustran en sus fines primeros, retornan en sus comportamientos y en sus modos de pensar a etapas previas evolutivas de su aprendizaje, para ensayar estrategias de resolución pasadas, enfrentándolas al problema actual y así resolver el inconveniente que se les ha presentado.
La regresión es la vuelta a etapas de la personalidad ya superadas por el sujeto, vuelta que implica el afán por formas de satisfacción de la libido más primitivas que las que utilizaba el sujeto antes de INICIAR SU REGRESAR. Sigmund Freud.
En este texto Job se ve desposeído de todo por las duras acciones del ángel infamante, y en su gran frustración retorna, regresa y se instala en el primer rincón ubicuo de su reciente nacimiento es un ser profundamente desasistido, es como un como un “Bebé” que balbuce protestas y alabanzas en una labilidad infantil.
El ser humano y el individuo en particular cuando no puede evitar una situación agresiva respecto de un superior en el grupo humano, entonces se alía con el maltratador, tomando el dañado sus sentimientos de rabia y desprecio hacia el agresor y los reconduce hacia alguna parte de “su yo” que resiste esa sensación de culpabilidad.
Cuando el individuo en su autoagresión acepta la sensación de merecimiento de castigo, ejercita comportamientos de arrepentimiento y reparación que motivan al agresor a ser compasivo. Porque el dañante obtiene alguien sobre quien ejercer poder, pues se siente grandioso en su longanimidad y además este acatamiento, sirve de ejemplo para todos los miembros de su estirpe.
En este caso Job se resiste a culpabilizarse porque entiende claramente que la acción del ángel atormentador es caprichosa, gratuita y no beneficia a nada ni nadie.
Job entiende que el dolor en sí está carente de sentido DE CULPABILIDAD, es inútil moralmente, y por eso se apresta a defenderse de los sentimientos de culpabilidad que le propicia su situación desastrada ante su Creador.

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